martes, 6 de septiembre de 2011

Pesadilla

El hombre se volvió hacia mí. Su rostro estaba cubierto por las sombras. No se distinguía en la oscuridad del bosque que nos rodeaba. Pero el hacha que blandía sí era fácil de ver: brillaba con la sangre de su víctima.
Sonreía con locura. Las sombras estaban vivas y deformaban sus facciones.
Era una escena de pesadilla… pero yo estaba despierto.
El poseído estaba ante mí. Me era imposible centrar la mirada en él, como si estuviese en un punto ciego causado por un tumor o una enfermedad ocular. Sangraba sombras, como tinta bajo el agua, como una nube de sangre tras el ataque de un tiburón.
Era presa del pánico. Me así a la manivela del teléfono como si mi vida dependiera de ella, para evitar que se acercara aun más. De pronto ocurrió algo, un sonido acompañado de una luz pareció destellar con gran intensidad. Vasto unos momentos para darme cuenta que ya no había nada, me encontraba solo y mi cuerpo estaba envuelto por la oscuridad y el silencio. El lugar era un desastre. Parecía que alguien lo hubiera arrasado, o que hubiera sido el escenario de una pelea. Desconcertado, camine por el sendero. Al pasar el tiempo me percate de que mis piernas no respondían a mis órdenes, fuese como si el teléfono que sostenía en la mano derecha diera indicaciones a cada una de las acciones que realizaba.
De la nada y entre la neblina espesa que me rodeaba, alcance a distinguir una puerta. Me dirigí hacia allá. Sin previo aviso, me cegó una luz brillante. Un viejo televisor portátil, que se encontraba en un estante, se había encendido sólo. Inexplicablemente, podía verme en la pantalla, hablando como un loco con el Señor teléfono.
El Señor teléfono tenía un aspecto arrebatador. Algo llamo mi atención mientras contemplaba mi figura en el televisor, había un cuerpo observándome desde las sombras. Era una mujer delgada vestida de negro.
Baje la vista por un instante y volví a mirar. No había nadie, solo algunos arbustos que tenían un aspecto vagamente humano.
La noche trajo una sucesión de situaciones desesperadas y extrañas. Estaba exhausto. Me sentía como si me hubieran masticado y escupido. El Señor teléfono me pesaba en la mano. Esperaba la llamada. Sostener la manivela era sentir una sacudida de dolor en el brazo. De pronto toda la perspectiva de mi entorno cambio.
Las sombras se agitaban y el viento se levantaba a mi paso veloz por el bosque. Sentía que la presencia oscura me observaba.
Después, la luz de la luna fue tapada por las sombras que corrían por el suelo con violencia, moviéndose con agilidad desmesurada. La oscuridad se cernió sobre los arboles y volvió a dispararse, dejando ver a los poseídos: no habían llegados por medios naturales.
La oscuridad se levanto hacia mí, arrastrando lo que no estaba pegado al suelo hacia sus profundidades, tirándome de la ropa, me abrazo con la fuerza de un tornado. De algún modo los poseídos se alejaban de el teléfono, tenía una fuerza extraña que los repelía. La oscuridad rugió y me expulso hacia un lago que se encontraba a mí alrededor.
Al despertar, no pude ver nada de lo que me rodeaba. Obviamente me encontraba en la oscuridad, no sabía el lugar pero estaba consciente de que podía caminar a diferentes direcciones.
En más de una ocasión, me había preguntado a mi mismo e intentado explicarme lo que era el miedo a la oscuridad. Sabía que no solo se traba de la ausencia de luz, sino de algo tan tangible.
Era algo que se podía palpar y sentir. O peor, algo con una mente propia. Algo malicioso. Algo maligno. Cuando era niño las cosas cambiaban cuando la oscuridad me envolvía. Se convertía en algo más, algo extraño: y entonces perdía mi inocencia.
Nunca entendí el porqué, hasta entonces.
Mientras caminaba sin sentidos más que el del oído, reflexionaba sobre la fuerza y atracción que tenía el Señor teléfono. Trataba de explicar porque me protegía, porque se esmeraba tanto en acompañarme. Pronto me vi sumergido en mis pensamientos, en mis recuerdos. Un recuerdo de mi infancia: cuando tenía 7 años luchaba por no quedarme dormido. Cuando al fin me dormía pronto despertaba gritando con las pesadillas aun en la memoria. Un día mi madre sentada en mi cama me regalo una vieja manivela de teléfono, lo llamo el Señor Teléfono, me dijo que esta me protegería cuando estuviera al  borde de la desesperación, que al usarlo, ahuyentaría cualquier fuerza maligna. Era un emblema de luz. Desde ese entonces volví a dormir tranquilo, siempre con la manivela en la mano derecha, un regalo de el amor mi madre.
Cuando volví a la realidad, todo lo comprendí a la perfección. Los ataques, la mujer delgada de negro era la maldad. Aquella oscuridad que me había querido sumergir ya hace tiempo. Y, debido al amor que me había brindado mi madre, nadie había podido tocarme nunca.
El señor teléfono palpitaba y desprendía una luz tenue sobre mí. Me señalaba el camino y la dirección que debía tomar. Tenía claro la labor que quería para mí.
Enfrentar mi miedo: la oscuridad.
Guiado por el Señor teléfono llegue a una cabaña sumergida en la tinieblas. En un mar de niebla negra que hacía poco visible mi alrededor. Me dirigí hacia la puerta, al otro lado encontré a la dama de negro. Su voz pareciese distorsionarse cada vez que me acercaba a ella. Lleve en mi mano al Señor teléfono sin que se diese cuenta. En el lugar donde debería haber estado su corazón, se encontraba un hueco, vacio, oscuro. Sentí un horrible escalofrio recorrer por mi espalda mientras ella trataba de sumergirme en el abismo.
Cuando logré alcanzar su cuerpo frágil, el Señor teléfono actuó sobre ella y de su cuerpo se desprendió una luz destellante que ilumino cada parte de la cabaña.
Había terminado todo pero algo extraño sucedía a mí alrededor. La dama de negro había desaparecido y yo seguía en la cabaña. No existía salida alguna. No había puertas ni ventanas. Solo había un escritorio y una silla, camine hacia allá. Me senté y contemple a mí alrededor. No veía absolutamente nada.
En el bosque, bajo la penumbra de la noche se encontraba el Señor teléfono tirado en el suelo. Se encontraba herido. Su cordón estaba roto. Un charco de sangre pintaba las rocas que se interponían en el trayecto de su camino.
Alrededor de él pasaban las sombras de los poseídos.
El Señor teléfono no podía enfadarse con él. “No creo que vuelva a verlo nunca más”, dijo con hilo de voz.












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